Por Beatriz Sotomayor
Una mujer de mi familia, una con harta fuerza de carácter y poder dentro de mi familia, me hizo esa pregunta. Alguien a quien yo respeto, y seguiré respetando y queriendo, a continuación añadió:
“¿Por qué no te haces activista de algo más respetable? ¿Cómo de la familia?”
La segunda parte no me hizo mella, después de todo el mito de la familia bien constituida me ha pateado el hígado desde siempre.
Pero la primera sí que me llego, después de todo esto de andar publicando las convicciones me hizo pensar en la gente que grita en la plaza de armas instando a los/as transeúntes a arrepentirnos de nuestros pecados, o a aquellos que desde el canal 13 nos dicen cómo vivir, indignados ante la indecencia de la libertad. En fin siempre he encontrado que hay algo estéticamente desagradable y bobalicón en el proselitismo, una cosa como… bueno, digamos algo todo lo contrario a elegante, elevado y admirable.
Además, no es como si las mujeres que no se declaran feministas fueran todas unas geishas. Hay muchas que le dicen a la pareja que “el no tiene que ayudar” en la casa, sino que la casa también es de él, tiene dos manos y le toca su parte de trabajo. O las que paran en seco a un piropero en la calle. O las que viven su sexualidad sin culpas ni complejos. O las que quieren sus cuerpos como son. O las que deciden que no quieren ser madres, no importando que la sociedad les indique que deben desearlo. Ninguna de esas mujer tiene porque nombrarse a sí misma feminista, y sumisas tampoco son.
Pero yo si necesito nombrarme, declararme, y escribir en un blog que SOY FEMINISTA. Y lo hago porque me hace sentido desde dentro, no declararlo como parte de mi identidad seria no ser fiel a mí misma. Pero hasta hoy nunca pude escribir sobre esto, porque estas ideas eran vagas y poco claras, hasta que leí uno de los ensayos de un libro en ingles que es una joya:
“Click: When We Knew We Were Feminists” de Seal Press.
En este ensayo J. Courtney Sullivan, una joven mujer que habla de su madre, una ambiciosa y exitosisima mujer de negocios quien sentía culpa por no ser “una dueña de casa” y pasar poco tiempo con sus hijas.
Para J. el nombrarse feminista es “crucial, porque te da la fuerza de darte cuenta de que eres parte de algo más grande que solo tú, y ese conocimiento te provee del confort de pertenecer a una comunidad y de la rabia para responder”.
J. veía a su alrededor que su madre era a veces estigmatizada por las madres de sus amigas, mientras su padre era considerado un semidiós por ayudar en la casa.
En fin, J. se extiende en como el rol domestico es al mismo tiempo hecho fetiche y devaluado, en una combinación imposible en que tanto la dueña de casa como la mujer de carrera pierden.
En fin J. concluye respecto a la posición de su madre frente al feminismo:
“La misma (por favor permítanme usar la palabra con p aquí) cultura patriarcal se beneficia cada vez que una mujer brillante, ambiciosa e increíble como mi madre decide que no es feminista, porque esa decisión la deja aislada y en desventaja, en vez de empoderada, conectada y furiosa”
“En ambos hechos y palabras, el feminismo es algo que de verdad entendemos después de haber sido expuestas/os a él, después de que alguien más nos ha enseñado como se ve y como puede ayudarnos a enriquecer nuestras vidas.”
Imagenes tomadas de:http://feministcomingoutday.com/page/2
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