Un amigo activista, que al igual que yo se autoseñala con una identidad lésbica siendo biohombre, me comentaba que se sentía aveces muy incómodo cuando veía en sus grupos humanos, afectivamente más cercanos, por cierto feministas, un posicionamiento del sujeto varón en un lugar sospechoso. Sospecha de que tal varón, institucionalmente ubicado en un lugar privilegiado respecto de la mujer por la cultura, pudiera, aunque definiérase feminista, no renunciar a los privilegios patriarcales. Agregaba a esto un ejemplo, diciendo que un grupo de biomujeres feministas reunidas no era nunca machista, pero sin embargo, a un biohombre como él entre biomujeres feministas, se le podría ubicar en un lugar de sospecha, a razón de que pudiera constituir una referencia hegemónica desde su lugar de biohombre en relación a las biomujeres. Y tal posición, pudiendo ser vista con una suerte machista, irreconciliablemente quedaría atrapado por esta vigilancia.
Creo que no es menor el temor que me causó esta reflexión, tratando de emerger con el feminismo una reivindicación de las biomujeres como sujetas legítimas en su pensar, actuar y devenir, impulsado por una profunda convicción sobre que, al reivindicar lo femenino, los biohombres pudiéramos, legítima y libremente llorar por ejemplo, o que nunca más que por lo femeninos que pudieran resultar los ademanes de algún varón, fuera éste inferiorizado, utilizando como pretexto para ello el convencimiento irracional de que el varón no pudiera feminizarse, porque eso sería ubicarse en el lugar de las mujeres que son puestas hegemónicamente en un lugar de inferioridad en relación al hombre, de modo institucional por la cultura. No puede ser esto baladí.
El varón feminista que siente esta incomodidad, claramente tiene mucho que aprender en cuanto a la renuncia simbólica y pragmática de los privilegios patriarcales, lucha de cada día en contra del ajeno lugar en el que fue situado, batalla de cada día por la reivindicación femenina. Sin embargo, ese feminismo que siembra ciegamente la sospecha sobre él, se vuelve en su contra. Se vuelve en su contra cuando, utilizando un análogo discurso que utiliza Simón de Beauvoir en El Segundo Sexo, sin intención, genera lo siguiente: “Ese feminismo” aún promueve en ese varón la lucha por las mujeres y una sistemática renuncia de los privilegios patriarcales más que propician su propia lucha feminista, y este varón ve en ello tantas ventajas por el apoyo y sensación de comunidad que enfrenta, aunque tantas dificultades, que llega a desearlo con gran entusiasmo y también a frustrarse por cada tropiezo que tiene en esta renuncia; resulta así que, a menudo, está menos especializado, menos sólidamente formado en su feminismo que “estas feministas”; de ese modo se condena a permanecer en la sospecha del lugar privilegiado que le ha otorgado gratuitamente la cultura; y el círculo vicioso se cierra: esa constante frustración y ubicación desde la sospecha que apelan “estas feministas” refuerzan su sensación de frustración y su lugar sospechoso.
No sería atrevido pensar que entonces se le encontrara más cercano a grupos de varones antipatriarcales o grupos de varones gays, donde pudiera encontrar refugio de estas frustraciones, donde nuevamente reforzaría su posición privilegiada y lo condenaría al machismo.
Cristian Cerón Prieto
biolatero
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