viernes, 30 de noviembre de 2012

María Santos de Gorrostieta, una alcaldesa mexicana asesinada tras años de lucha contra los cárteles de la droga

María Santos de Gorrostieta

María Santos Gorrostieta era considerada una heroína del siglo XXI, un símbolo del desafío del Estado mexicano a los despiadados cárteles de la droga, una superviviente indestructible de dos intentos de asesinato. Ahora, esta alcaldesa es un cuerpo medio desnudo, mutilado y torturado que ha aparecido en una carretera rural del estado de Michoacán. Ahora, María Santos Gorrostieta es un número más en las escalofriantes estadísticas de la guerra contra la droga que se cobran cada año miles de vidas.

El hallazgo del cuerpo de la alcaldesa de Tiquicheo, un pequeño pueblo mexicano, resuelve así el enigma de qué fue de esta persona que se atrevió a plantarle cara a los cárteles. Esta mujer de 36 años  llevaba a su hija pequeña al colegio en la pequeña ciudad de Morelia, sobre las 8.30 de la mañana del pasado 12 de noviembre, cuando un coche le hizo una emboscada. Fue sacada del vehículo por la fuerza y agredida físicamente ante la atenta mirada de varios testigos, que han relatado la historia a varios medios de comunicación. Lo único que hizo María, se sabe ahora, fue pedir que la tomaran a ella en lugar de a su hija.

Su familia (tres hijos y su marido, Nereo Delgado) sólo podía hacer una cosa desde entonces: esperar a que el teléfono sonara con una nota de rescate que nunca llegó. Ocho días después, apareció el cuerpo de Gorrostieta, apuñalado, quemado, golpeado y con las muñecas atadas a los talones.

Era el fin de una vida dedicada a la lucha en varios sentidos. Fue elegida alcaldesa de Tiquicheo en 2008 y enseguida suscitó la ira de los cárteles al plantarles cara públicamente. En octubre de 2009 sufrió su primer atentado, cuando estaba viajando con su primer marido y fue blanco de una ráfaga de balas frente al pueblo de El Limone. Su marido murió. Ella sobrevivió.

Reunió fuerzas tras la tragedia para sobrevivir, luchar contra sus heridas y retomar su actividad. Pero tres meses después un grupo de hombres enmascarados, armados con rifles de asalto, volvieron a dispararle en la carretera. Dejaron 30 agujeros de bala en su furgoneta. Tres de esas balas le dieron. Esta vez las heridas fueron más graves: el dolor la acompañaría para el resto de su vida y tuvo que llevar una bolsa de colostomía en lugar de estómago desde entonces.

Sin embargo, siguió su trabajo, impertérrita. Se presentó a unas elecciones para ser congresista de la Unión Mexicana y se volvió a casar. No logró el puesto y se retiró de la vida política, pero su destino era inevitable. México se ha convertido en un país donde la valentía se paga con la vida, al menos desde que en 2006 el presidente Felipe Calderón declaró la guerra a los cárteles. Desde entonces han muerto unas 60.000 personas, 20 de ellas alcaldes molestos para los cárteles, que generan varios millones de euros al año con su negocio.

Quizá María lo sabía. "A pesar de mi seguridad y la de mi familia, lo que ocupa mi mente es mi responsabilidad hacia mi gente, los jóvenes, las mujeres, los mayores y los hombres que se parten el alma cada día sin descanso para encontrar un pedazo de pan para sus hijos", dijo.



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