viernes, 16 de julio de 2010

Qué es lo importante para el feminismo hoy


Esta es una ponencia por parte de una feminista joven realizada en el seminario "Pensar la política, hacer feminismo", que se realizo el martes 6 de julio de 2010.

María Ignacia es brillante, culposa, tensionada, amarilla/radical/disidente, querible, discreta y llamativa a la vez, o quizas no es ninguna de esas cosas, aunque por ahora esta volviendo al principio. En todo caso ferozmente autoconciente.

Es decir una mujer feminista amamantada en la globalización, con todas las ampliaciones yoicas que da la era de la información, es decir esos tentaculos identitarios que dan el conocer en estas epocas, y mas si nos situamos desde el feminismo, que lo da todo vuelta y que de todo sospecha.

Por María Ignacia

El -a estas alturas- lugar común de la panelista casual y poco ambiciosa está tan aceptado y nos resulta siempre tan amigable que me imagino que nadie acá espera sinceramente que yo responda “qué es lo importante para el feminismo hoy”.

Me alegro.

Como salta a la vista, no tengo edad ni experiencia suficiente para acercarme a una respuesta convincente, es decir, que nos haga sentido a una buena cantidad de las y los presentes.

Efectivamente pretendo ser, como panelista, casual y poco ambiciosa. Pero mi predilección por este tipo de preguntas, que rayan la grandilocuencia, me sitúan en el lugar mismo de la ambición feminista, aquella que espera tanto del mundo que ni siquiera se satisface con la noción de utopía.

No me seducen las utopías, puesto que remiten a una temporalidad siempre posterior, a un algún día que está más cercano a “deseemos lo imposible” que al “hagámos lo imposible”.

Por lo mismo, no me seduce la idea de abandonar la pregunta a su suerte, sin respuestas aunque más no sean simples opiniones. Pretender que no tengo mi opinión al respecto, después de un par de años opinando compulsivamente, participando y no participando de cuanta cadena y convocatoria se me atraviesa por delante, sería hipócrita de mi parte. Pero sin duda alguna, creo que más que lo importante del feminismo hoy podría hablarles de qué me importa a mí del feminismo en estos momentos. Lo importante del feminismo no lo puedo decir yo pero espero que la pregunta se nos haga un poco más cotidiana.

Al fin y al cabo una de las principales atracciones de hacerme preguntas intimidantes es la invitación a la reflexión en colectivo. Responderlas sola no sólo es imposible, además no tiene sentido ni gracia.

No sé si será signo de los tiempos, pero al principio me importaba todo. Y cuando digo todo, me refiero a todo.

En ese sentido creo que muchas feministas de mi generación (y hablo de mi generación con cierta patudez, pues poco las conozco, o no mucho más que a mujeres de otras generaciones) partimos un poco por el final. En nuestro entusiasmo por ser las más críticas de las críticas, casi encarnaciones de la radicalidad, nos mantenemos por un largo tiempo en una especie de noviciado, en el cual cada detalle importa: la forma de vestir, de carretear, de comer, de manifestarse -por supuesto-, y tienen especial valor las agallas con las que podamos ir a cada foro a decir NO ESTOY DE ACUERDO!

A medida que pasa el tiempo, conozco gente, me decepciono y me vuelvo a entusiasmar, me desplazo cada vez más hacia el principio.

Quizá veo en las feministas de los comienzos el valor incuestionable de hacer movimiento prácticamente desde la nada. Quizá en mis momentos de poca fe, veo a las mujeres tan desvinculadas de sí mismas y poco atentas a sus experiencias como hace un par de siglos -producto de procesos totalmente diferentes-.

De ahí, posiblemente, mi fascinación por lo previo, por la espontánea radicalidad de lo previo o lo que parece básico.

Participo en un colectivo -Feministas Tramando- que se ha propuesto ser un medio de comunicación para las mujeres y las feministas, tal como las primeras obreras textiles en Chile.

Participo de otro colectivo -este tipo de vicios activistas a veces se hace inevitable- que tiene como fin último y razón de ser la amistad política entre mujeres, compartir el conocimiento, crear un cuarto propio abierto a la creatividad y la curiosidad de las mujeres que lleguen a él. Me acomoda este tipo de iniciativas, por supuesto siempre posibles de modificar. Pero me provoca cierta culpa también, cierta vergüenza de no ser lo suficientemente radical, incisiva, disidente.

Probablemente algo tiene que ver con los tiempos.

Me enteré por un par de libros de que la mujer no era más el sujeto del feminismo y me sentí obligada a solidarizar con todo aquel que cupiese en mi idea de sujeto subalterno, en un sistema sexo-género.

Antes de buscar o cuestionarme siquiera quién era yo políticamente, preferí declararme abiertamente post identitaria y, en tanto tal, se me hacía necesario identificarme con todas las posibles víctimas del patriarcado, pero a la vez con ninguna.

“Todas somos putas” Suena de armas tomar. Suena también bastante solidario. Pero ¿he vivido alguna vez la experiencia de poner mis habilidades amatorias en venta? Les confieso que no.

Hablemos entonces en un sentido más figurativo.

Todas somos putas, puesto que nuestros cuerpos en los esquemas actuales de consumo están a disposición del mercado. Suena convincente pero algo de ello no me convence a mí. Puesto que mi cuerpo está a disposición de muchas cosas; de la industria alimentaria, de la moda, de los paradigmas sanitarios, de las empresas farmacéuticas. Pero no de un eventual cliente o cafiche. Imagino que hay entonces alguna diferencia, aún desconocida para mí, entre la prostituta simbólica y la prostituta concreta.

Me pregunto, ¿en base a cuál de ellas politizo mi condición de mujer? ¿Es posible caer en el riesgo de confundirlas? ¿hasta dónde se trata de una opción política y desde dónde de un estilo? ¿Es evitable? ¿A qué decisiones en mi actuar en político colectivo me obliga el reencuentro con este Real insoportable, como lo llama Zizek? En este caso la única forma de simbolizar la mercantilización del cuerpo femenino puede ser, a mi parecer, establecer los límites entre la experiencia concreta de ejercer la prostitución y todas las otras formas de enajenación del propio cuerpo, simbolizables en la figura de la prostituta pero nunca abarcable por la misma completamente.

Todo esto sólo con el afán de hacer política en forma situada, saber quiénes somos y qué nos diferencia. Y sobre todo no convertir ni lo uno ni lo otro en una razón para romper el vínculo.

A propósito de la polémica que suscitó en no pocos espacios aquella propuesta desde la disidencia sexual de un feminismo sin mujeres, cuya provocación se agradece, me parece que en casos como estos las posturas post identitarias tienden a hacer de la post identidad o la no-identificación una identidad más, en la medida que segregan lo identitario haciendo de su negación a la identidad o la identidad múltiple un estilo de vida.

Es muy cool no ser, tan cool, que todas las que son, son retrógradas, esencialistas, biologicistas.

Un ejemplo que no va muy lejos:

El año pasado me tocó ver en una jornada sobre feminismo, teoria queer y academia, a una panelista joven que desde su posición en la academia fue consultada por cómo había sido su experiencia. Con los ojos ligeramente brillantes y una pronunciada sonrisa, ella respondió de una forma que recuerda a las posturas ecofeministas o del feminismo de la diferencia de corte más tradicional; habló de la acogida maternal de sus profesoras, de la comunidad femenina y el estilo femenino del conocimiento que estaban generando en su núcleo de estudios de género. Todo ello es cuestionable. Pero la primera pregunta desde el público fue un estudiante, un hombre en mi humilde opinión pero probablemente él no se identificaba como tal, y no fue más que una interpelación directa y llena de espanto frente a su pensamiento “retrógrado, ampliamente superado por la teoría queer”, aduciendo al desconcierto que provoca ver a una mujer hablando desde lo que ella misma interpreta como su feminidad.

¿En qué momento nos volvimos fascisto-constructivistas? ¿Qué articulación posible permite la descalificación del devenir mujer del que ninguna de nosotras puede renegar, y probablemente varios más tampoco? No estoy diciendo con esto que ese devenir mujer sea necesariamente valorable, enaltecible, pero al menos es importante sincerarnos: después de todo, si como Teresa de Lauretis definimos a la mujer como todo lo-que-no-es-hombre, tengo pésimas noticias: somos todas mujeres.

A mí me interesan las más socializadas como tales, pero no voy a excluir a nadie que se sienta descalificado, oprimido o sometido por su feminidad.

Así, como yo lo veo, varios feminismos, que podrían cumplir aun mejor la función de interpelar al feminismo más hegemónico y del sentido común -admitámosolo, el menos corrosivo- el típicamente asociado con la mujer blanca, heterosexual, de clase media, educada y nacional del país que habita, entre otras ventajas, se quedan en la forma y descuidan el fondo, si es que aceptan ustedes esa distinción.

Es por eso que me pregunto por lo importante, después de tantos reparos en el estilo que pretenden un sujeto ideal feminista, que termina siendo no sólo impreciso, por esta sobreidentificación con lo subalterno, -un gesto vacío que no obliga a nadie en particular (esto también es de zizek)-, si no tan excluyente como el anterior.

No se llama a detener la violencia, se hace de la violentada una tonta sumisa. No se aconseja despreocuparse de mantener la línea, se hace de ello un mandamiento.

Los mandamientos rara vez fueron nuestro estilo, no veo por qué tendrían que serlo hoy, quizás hoy menos que nunca.


Así, muchos de los apellidos de los distintos feminismos me generan más dudas que certezas.

¿Soy sólo una feminista joven, lo que puede significar que no viví la dictadura, que no tengo mucha experiencia -lo cual es cierto-, que es muy probable que caiga en inventar la pólvora respecto a los problemas que veo?

¿O acaso soy una FEMINISTA JOVEN, donde joven es sinónimo de agilidad, tesón, pasión irrefrenable o radicalidad galopante? Los estereotipos de lo joven me producen más angustia que afinidad, y lo joven-feminista no me deja opción.

Ser una activista posible de sindicar como joven en los últimos 15 años sigue siendo -entre otras cosas- cargar con la responsabilidad de distinguirse del chino ríos y su famoso no estoy ni ahí de modo que ¡todo nos tiene que importar! Entonces volvemos a la ética de lo post y a situarse en completa solidaridad, perpetua como decía Oliverio Girondo, por convencionalismo. Parafraseándolo: ¿Una respetada activista de edad madura discute con su hija sobre la relevancia del post porno en la autonomía corporal de las mujeres? Solidaria de la activista madura, de la hija, del post porno y de las mujeres. Aunque cada vez menos de estas últimas. Y eso es lo que últimamente me preocupa.

Pues ni la clasificación en los parámetros de lo viejo o lo joven, ni la originalidad subversiva de la reapropiación de la pornografía como una de las tantas prácticas posibles me importa tanto como lo que en el libro que nos convocó aparece -otras podrán contarles mejor que yo- como la reanimación del sujeto político mujeres. Y si somos jóvenes o no, y si somos postporno o no, autónomas o no, casadas o solteras, enamoradas, anti amor romántico, poli-amorosas, sexodisidentes, virgenes...

no me importa tanto, en la medida que sepamos coincidir en una mínima cuota de subjetividad feminista común, utilizar nuestras distintas experiencias a nuestro favor en vez de renegar de ellas. Me pregunto qué tipo de política haríamos si enfrentáramos nuestras tensiones en vez de hacer de ellas una razón para segregar a las otras por pasivas, débiles, inconsecuentes o “amarillas”. Me pregunto qué tan pasivas, débiles, inconsecuentes o amarillas son las más rebeldes o radical chic de las feministas. Me pregunto por la latente rebelión de las sumisas. Me pregunto qué es realmente importante si vamos a hacer feminismo.

Supongo que no hay un Lo importante. En los años 70 una escritora argentina que, por lo demás, nunca se definió como feminista, fue consultada en su calidad de personaje público relevante en la forma que sigue

¿Dónde cree que está el problema más urgente de la mujer?

Ante lo cual ella respondió

Los conflictos de la mujer no residen en un solo problema posible de señalar. En este caso, y en otros, la consigna sigue siendo: "Changer la vie" -cambiar la vida.

A mí me parece que ni ella, ni su breve pero elocuente respuesta deban ser desatendidas por no haber sido feminista, ni por haber sido blanca, ni por haber sido bisexual. Ni por nada.

1 comentario:

  1. increíble artículo chicas, estoy feliz de conocerlas y poder leerlas a diario...alimentan mi deseo por lograr cambios.
    Un beso y felicitaciones-gracias por crear este espacio.

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