sábado, 28 de agosto de 2010

Hombres jóvenes por el fin de la violencia




Hombres jóvenes por el fin de la violencia

Manual para facilitadores y facilitadoras

Uno de los objetivos de este blog es reseñar material valioso para temas de género, por ejemplo este es un manual creado pensando en Chile, basado en enfoques y líneas metodológicas comprobadamente exitosas y está disponible en Internet.


Este manual es un producto del proyecto “Involucrando Hombres en el Fin de la Violencia de Género: Una

Intervención Multipaís con Evaluación de Impacto”, financiado por el UN Trust Fund in Support of Actions to Eliminate Violence against Women, UNIFEM. Descargarlo aquí


El proyecto en Chile es coordinado por:


• CulturaSalud y EME-Masculinidades y Equidad de Género, en su pagina web Ud. se encontrara con que reboza de pasión e información sobre temas de masculinidad equitativa, definitivamente esta lleno de herramientas útiles.




El manual que tienes en tus manos es una adaptación de los materiales internacionales del

Programa H (Programa Hombres) al contexto chileno, realizada por la organización CulturaSalud/

EME, cuyo foco está puesto en la prevención de la violencia de género.


Sobre el programa H


El Programa H busca que los hombres jóvenes cuestionen los modelos no-equitativos relacionados a la masculinidad, y visualicen las ventajas que pueden encontrar en comportamientos más equitativos de género; a través de la reflexión de los “costos” que la masculinidad tradicional tiene sobre sus parejas, su comunidad y ellos mismos.


Inicialmente el Programa H se llevó a cabo en México y Brasil, siendo validado en países como Bolivia, Colombia, Jamaica y Perú. Después de su evaluación de impacto en Río de Janeiro ha sido implementado en diversos países como Costa Rica, Nicaragua, Panamá, India, Nepal, Tailandia, Estados Unidos y Canadá.


¿Por qué poner foco en los hombres jóvenes?




Por mucho tiempo se asumió que los hombres adolescentes tenían menos necesidades que las mujeres jóvenes en términos de atención y cuidado de la salud. Además, muchas veces se pensaba que trabajar con hombres jóvenes era difícil, ya que se creía que ellos eran agresivos y que no les preocupaba su salud. Frecuentemente, los hombres jóvenes han sido estigmatizados y rotulados de poco participativos, de no estar “ni ahí” (el síndrome Chino Ríos), o de ser violentos. Esta visión está cambiando ya que existe un consenso internacional (aún emergente) sobre la necesidad de involucrar más adecuadamente a los hombres –con especial énfasis en los hombres jóvenes– en temas tales como salud sexual y salud reproductiva, prevención de enfermedades de transmisión sexual, violencia y abuso de sustancias, entre otros.



Es una realidad que en la actualidad, los hombres jóvenes presentan vulnerabilidades en su salud física y mental, y ponen en riesgo la salud de otras y otros. Por ejemplo, enfrentan altas tasas de muertes tempranas, están expuestos a infecciones de transmisión sexual (ITS) y al VIH/SIDA, al abuso de sustancias, y no buscan servicios de salud cuando los necesitan de la misma manera que lo hacen las mujeres jóvenes. Además, los hombres jóvenes están directamente involucrados en muchos de los problemas de salud que enfrentan las mujeres jóvenes, incluyendo las ITS, complicaciones relacionadas con el embarazo, así como la violencia sexual y doméstica. Por esto, muchos/as defensores/as de los derechos de las mujeres han tomado conciencia de que para mejorar la salud de las mujeres también se requiere involucrar a los hombres, especialmente a los jóvenes.


El Género


El manual explica en detalle lo esencial partiendo de la diferencia entre sexo y género para adelante, pero a mí me interesaría destacar algunas ideas centrales:


Los estereotipos de género, entendidos como ideas construidas y reproducidas culturalmente en base a las diferencias de género, han operado históricamente en nuestra sociedad instalando mandatos de género para ser cumplidos por hombres y mujeres. También han delineado los territorios y espacios que les corresponden a unos y otras, limitando con esto las posibilidades y potencialidades que todos tenemos en tanto seres humanos, y generando inequidades basadas en el género que afectan especialmente a las mujeres.


Los mandatos de género dictan que los hombres, para convertirse en tales, deben ser responsables, proveedores, conquistadores y demostrar autoridad. En ocasiones estas demostraciones se realizan a través de actos de violencia que los hombres cometen contra mujeres, contra otros hombres e incluso contra sí mismos (Fuller, 2001; Olavarría, 2001; Rodríguez y De Keijzer, 2002; Viveros, 2002).


En el caso de los hombres jóvenes, éstos corren riesgos y ponen en riesgo a otras/os en áreas como la sexualidad, el consumo de alcohol y la violencia (Sabo, 2000).


Se un hombre/Se una señorita




De parte de las mujeres se espera que manejen de manera apropiada el espacio privado, siendo buenas madres, cariñosas y generosas, entre otras características que se le atribuyen a lo femenino.


Quienes desobedecen estos mandatos generalmente reciben sanciones sociales. Así, por ejemplo, cuando en una familia hay roles tradicionales invertidos, a los hombres se les suele decir “macabeos” o “dominados”, mientras a las mujeres que son exitosas y agresivas en el plano laboral se les tilda de “ahombradas”(debe ser lebiana,,,).


Vivir bajo el supuesto de que hombres y mujeres nacemos con la obligación de realizar determinadas tareas y quedar excluidos/as de otras hace que las inequidades de género que existen en diversos planos se perpetúen: inequidades en salarios, en los puestos de trabajo, en la distribución de tareas, en el acceso a recursos, en el ejercicio y consecuencias de las violencias, etc.


La Masculinidad hegemónica si bien propicia el desarrollo de los hombres en ciertos sentidos, en otros los corta de raíz.


Estudios cualitativos han revelado que para poder cumplir con los mandatos de la masculinidad hegemónica los hombres a veces suprimen sus emociones y necesidades, lo que conlleva consecuencias tales como dificultades para identificar sus sentimientos y hablar de ellos, y dificultades para empatizar con otros/as. Es por esto que autores como Benno de Keijzer (2000) han afirmado que algunos hombres son “incapacitados emocionales”.


En América Latina las masculinidades que se han construido a lo largo de los años se corresponden con los procesos históricos del mestizaje, la colonización y la vida republicana. La imagen del hombre, en este contexto, ha estado fuertemente vinculada con la figura del “macho”, el “cabrón”, y se define por el valor fundamental que representa el “honor”.


De esta manera, la figura masculina de poder es representada por el patriarca, el dominador, en oposición al hombre que es dependiente y dominado por otros. Esta figura de poder se reafirma en el machismo en tanto aseveración de la virilidad y de control sobre las mujeres (y de otros hombres). Para mantener esta imagen viril, el hombre debe separarse de la casa y de todo lo doméstico, como medio de distanciarse de lo femenino (Gutmann, 2000; Montecino, 1996).


Si bien existen diversas masculinidades, cada una de ellas presenta una mayor o menor adherencia respecto al modelo tradicional de masculinidad o masculinidad hegemónica. Son las continuidades del modelo tradicional, que se conoce como machismo, las que ponen en riesgo la salud de hombres y mujeres, y se relacionan con problemas sociales como la violencia, que merecen una detenida atención.


Algunos datos de Chile


• Entre 1990 y 2004 se duplicó la tasa de suicidios en hombres y mujeres. En el año 2006 las muertes por lesiones autoinflingidas intencionalmente fueron 4,2 mujeres por cada 100.000 y 21,9 hombres de cada 100.000 (OEGS, 2009).


• Las muertes por accidentes, agresiones autoinfligidas y otras causas ocurren más en hombres que en mujeres. El año 2006, en el tramo 15-34 años, murieron 76,5 hombres y 14 mujeres por cada 100.000 (Ibid.).


• La tasa de consumo de drogas ilícitas durante el año 2006 en el tramo de edad de 12 a 64 años fue de 10,4 hombres y 4,3 mujeres por cada 100 (Ibid).


• Las víctimas de accidentes de tránsito en el año 2006 fueron 1.297 hombres y 365 mujeres; los/as lesionados/as fueron 28.168 hombres y 18.857 mujeres (www.conaset.cl). Estos datos hacen pensar que la socialización masculina está estrechamente vinculada a la causa de estos accidentes, por ejemplo, en la conducción temeraria, el consumo de alcohol y drogas, entre otras.


Evidencia como ésta es la que hace considerar que ser hombre es un factor de riesgo para (Keijzer, 2003):


Las mujeres, niños y niñas: a través de los distintos tipos de violencias y abusos que algunos hombres ejercen hacia ellos/as.


Para otros hombres: por accidentes, homicidios, lesiones, etc.


Para el hombre mismo: estrés, suicidio, alcoholismo, adicciones, descuido del cuerpo y salud.


Es importante destacar que la mayoría de los hombres no son violentos ni ponen en riesgo la salud de otros/as. Uno de los desafíos de las políticas y programas consiste en adecuar el discurso para llegar a los hombres e involucrarlos como aliados en el cuidado de la salud, la prevención de riesgos y la equidad de género.


Del hombre joven como problema, al hombre joven como aliado


Gran parte de los enfoques que se aplican sobre niños y hombres jóvenes enfocan su atención en los problemas que implica la escasa participación de éstos en las cuestiones de la salud sexual y reproductiva, así como en los aspectos violentos de su comportamiento.


Esto hace que muchas iniciativas que trabajan en las áreas de salud del adolescente perciban a los muchachos como agresores y enemigos de la sociedad. Es un hecho que algunos muchachos son violentos con sus parejas y entre sí. Además, muchos jóvenes no participan del cuidado de sus hijos/as y no se involucran adecuadamente en las necesidades de salud sexual y reproductiva ni de sí mismos ni de sus parejas.


Pero existen otros hombres adolescentes y jóvenes que sí participan en los cuidados de los hijos/as, que son respetuosos en sus relaciones íntimas, y que no son violentos en ninguna dimensión de sus vidas. Cabe destacar que nadie es de una misma forma todo el tiempo: un hombre joven puede ser violento con la pareja, pero protector y cuidadoso con los/as hijos/as; o violento en algunos contextos y en otros no.


Tanto las investigaciones, como nuestra experiencia personal en tanto educadores/as, padres/madres, profesores/as y profesionales de la salud, demuestran que los hombres jóvenes responden de acuerdo a las expectativas que se tiene de ellos. Por ejemplo, investigaciones sobre delincuencia muestran que uno de los factores asociados al comportamiento delictivo es que el individuo sea señalado como delincuente por los padres, profesores/as y otros adultos.


De esta manera, los jóvenes que se sienten etiquetados como delincuentes, tienen más probabilidad de serlo. Si esperamos jóvenes violentos, que no se involucren en el cuidado de sus hijos/as y no participen en temas ligados a la salud sexual y reproductiva de forma respetuosa y comprometida, entonces creamos profecías que se auto cumplen.




Este manual parte del principio de que los hombres jóvenes deben ser vistos como aliados y no como problemas. Todos los hombres -incluso aquellos que alguna vez fueron violentos- poseen potencial para ser comprometidos y cuidadosos, para relacionarse a través de diálogos respetuosos, para asumir responsabilidades con sus hijos/as y para interactuar y vivir de forma armónica. Diversos programas de prevención con hombres muestran que los hombres sí pueden cambiar sus creencias y actitudes. Por tanto el desafío es cómo llegar a los hombres con un discurso inclusivo y llamativo que promueva conductas más respetuosas, saludables y equitativas (Barker, Ricardo, Nascimento, 2007). Consideramos que es fundamental comenzar a rescatar lo que los hombres jóvenes hacen de positivo, y creer en el potencial que todos ellos poseen.




Violencia(s)


Una clasificación muy interesante de la violencia es la que propone Galtung (1998), a través de las categorías de: violencia estructural, violencia cultural y violencia directa.


Violencia Estructural


Se manifiesta cuando no hay un emisor o una persona concreta que haya efectuado el acto de violencia. Este tipo de violencia en la mayoría de los casos proviene de la propia estructura social, en específico, de los sistemas políticos y económicos, y sus expresiones más usuales son la represión y la explotación. Ambas actúan sobre el cuerpo y la mente, y no necesariamente son intencionadas. Se consideran casos de violencia estructural aquellos en los que el sistema causa hambre, miseria, enfermedad o incluso muerte a la población. Son ejemplos los sistemas cuyos Estados o países no aportan las necesidades básicas a su población.


Violencia Cultural


Alude a los aspectos de la cultura que aportan una legitimidad a la utilización del arte, religión, ciencia, derecho, ideología, medios de comunicación, educación, etc., que violentan la vida. Así, por ejemplo, se puede aceptar la violencia en defensa de la fe o en defensa de la religión. Dos casos de violencia cultural pueden ser el de una religión que justifique la realización de guerras santas o de atentados terroristas, así como la legitimidad otorgada al Estado para ejercer la violencia.


Violencia Directa.


Se refiere a la violencia que realiza un emisor o actor intencionado (una persona), y quien la sufre es un ser dañado o herido física, mental o emocionalmente. En este caso de violencia opera un abuso de autoridad en el que alguien cree tener poder sobre otro. Generalmente se da en las relaciones asimétricas: el hombre sobre la mujer o el padre sobre el hijo o hija, para ejercer el control. Si bien la más visible es la violencia física, manifestada a través de golpes, no por ello es la única que se practica.


Las repercusiones de la violencia


Se calcula que en el año 2000, 1.6 millones de personas perdieron la vida en todo el mundo por actos violentos, lo que representa una tasa de casi el 28,8 por 100.000. Aproximadamente la mitad de estos fallecimientos se debieron a suicidios, casi una tercera parte a homicidios y aproximadamente una quinta parte a conflictos armados (OMS/OPS, 2003).


No todas las personas corren el mismo riesgo de padecer los efectos de la violencia; de hecho, la mayoría de las muertes por actos de violencia en el mundo corresponden a hombres. Diversos ritos de pasaje masculinos involucran actos de violencia hacia los demás o hacia sí mismos, como las peleas entre jóvenes o pandillas, ingesta excesiva de alcohol, conductas como la conducción de vehículos a alta velocidad, entre muchas otras. Además, son principalmente los hombres quienes mueren en los conflictos armados.


En los espacios públicos, los hombres son autores y víctimas de violencia. En los espacios privados, es decir, en la casa, es más frecuente que los hombres sean autores de violencia, y las mujeres víctimas de ésta.


En los estudios sobre este tema frecuentemente se deja de lado el aspecto de género que está asociado a la violencia; de hecho, los hombres, sobre todo los jóvenes, son más propensos a usar la violencia que cualquier otro grupo y a morir o a sufrir graves consecuencias como producto del ejercicio de la violencia.


Es importante destacar que los hombres pueden jugar un doble rol, tanto ejerciendo violencia sobre otros como sufriendo los efectos de la violencia. En este sentido, es necesario visibilizar a los hombres no solo como victimarios, sino también como víctimas de la violencia.


Violencia de Género


La violencia de género puede incluir toda agresión física o simbólica que afecte la libertad, dignidad, seguridad, intimidad e integridad moral y/o física de las mujeres.


Frecuentemente, la violencia de los hombres contra las mujeres forma parte de la socialización masculina. Investigaciones en América Latina muestran que la violencia doméstica, así como la violencia sexual, forman parte de los “roles” sexuales o de género en los cuales estos tipos de violencia son justificadas por los hombres cuando las mujeres rompen ciertas “reglas” del juego, ya sea por tener relaciones sexuales fuera de la relación de pareja o por no cumplir con sus “obligaciones domésticas”.


Muchos muchachos aprenden en su proceso de socialización que las mujeres y niñas deben de cumplir obligaciones hacia ellos: cuidar de la casa, cuidar de los/as hijos/as, tener relaciones sexuales con ellos, aún cuando ellas no quieran.


Estudios muestran que los grupos de pares o de amigos frecuentemente apoyan a los jóvenes cuando éstos usan la violencia contra sus novias, amigas o parejas. Investigaciones realizadas con estudiantes norteamericanos afirman que entre el 20% y el 50% de los hombres y de las mujeres de la muestra habían experimentado algún tipo de agresión física durante el noviazgo (Heise, 1994). Esto indica que es necesario trabajar con los hombres jóvenes reflexionando sobre la influencia que el género tiene en sus actitudes, y también sobre las formas como se construyen las relaciones de intimidad durante la juventud.


Asimismo, los hombres son, por regla general, socializados para reprimir sus emociones, siendo la rabia, e incluso la violencia física, una de las formas socialmente aceptadas para que ellos expresen sus sentimientos.


En este manual consideramos que al hablar de violencia no hay nada que sea natural, ni normal o inevitable. Investigaciones realizadas en distintos países del mundo confirman que la violencia en hombres jóvenes es un comportamiento aprendido y repetido en determinados contextos y, como tal, puede ser prevenido. De esta manera, consideramos que el afirmar que los hombres jóvenes son naturalmente violentos, o esperar que los muchachos abandonen ese comportamiento violento de manera espontánea cuando sean adultos, obedece a paradigmas biologicistas y deterministas que sólo diagnostican un problema sin ofrecer esperanzas ni estrategias de cambio. Esta no nos parece una forma apropiada de abordar la violencia, por el contrario, pensamos que ésta puede ser prevenida trabajando con los jóvenes, involucrándolos en la temática y socializándolos en una cultura de paz.




Socialización de los hombres jóvenes y violencia


• A través de la imitación que hacen de sus padres y hermanos (si éstos presentan conductas violentas);

• Al ser tratados de forma violenta por sus pares y familiares;

• Al ser motivados a pelear y jugar con armas;

• Al ser estimulados por su grupo de pares o familiares a asumir actitudes violentas y al ser ridiculizados cuando no lo hacen;

• Al aprender que para ser un “hombre de verdad” es necesario agredir a quien los insulte;

• Al ser testigos de las múltiples formas de violencia social, institucional y estatal para resolver conflictos humanos.


Es común que a los hombres jóvenes se les enseñe que es correcto expresar su rabia agrediendo a otros. Las agresiones se justifican como reacción común o inevitable ante una amenaza, como una conducta aceptable e incontrolable de los jóvenes. Sin embargo, no se les enseña a expresar libremente un repertorio amplio de emociones como el amor, el erotismo, la tristeza, la pena, la impotencia, el miedo y la culpa, ni a contar con herramientas para resolver conflictos de modo pacífico.


Consideramos que los muchachos que tienen conductas violentas tienen problemas con la “inteligencia emocional”, es decir, con la habilidad de identificar, entender y expresar sus emociones de forma adecuada. Quienes usan la violencia para expresarse tienden a interpretar equivocadamente las actitudes de los otros como hostiles. Además de eso, tienden a justificar la violencia responsabilizando a los otros y, frecuentemente, descalifican a sus víctimas sin lograr empatizar con ellas.



Algunos de los programas implementados han sido evaluados, y muestran que sí es posible cambiar las actitudes y comportamientos de los hombres hacia actitudes más equitativas de género.


Una reciente revisión de 50 programas de intervención con hombres encontró que las acciones emprendidas pueden ser eficaces o prometedoras de lograr cambios de actitudes hacia una mayor equidad de género y reducción de la violencia, especialmente aquellos programas que cuentan con un abordaje explícito de género, aquellos que integran diversos componentes (por ejemplo, talleres y campañas comunitarias), aquellos con talleres de más de 10 sesiones de duración (de 2 hrs. cada una), y aquellas campañas con más de 4 meses de duración ( Barker, G., Ricardo, C. y Nascimento, M, 2007).




No debemos olvidar que muchos de quienes han ejercido violencia contra otras/os han sido víctimas de violencia, o han sido testigos de algún acto de violencia, ya sea en la familia o en la comunidad. Por esto mismo, si se invita a los hombres, generalmente están dispuestos a conversar sobre cómo negociar, cómo repensar las relaciones de poder y cómo resolver los conflictos de una forma diferente.


En las actividades incluidas en este manual se promueven herramientas para que los hombres jóvenes puedan dialogar sobre los costos y efectos de la violencia, sobre las implicancias que ésta ha tenido en sus biografías y sobre la importancia de comprometerse con poner fin de manera activa a cualquier forma de violencia.

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